Traigo a tus pies la suave ofrenda de mi libro, que deposito en ellos, como el más sutil perfume de mi inspiración. En el largo camino que separa la farsa del lugar donde tú yaces en sublime y casta quietud de mármol, he ido despojando mi alma de sus miserables ataduras humanas; he ido purificándola mediante cruentos martirios, para traerla hasta ti, clarificada como el agua de una fuente que no ha sido desflorada por la luz del día. No temas que mis páginas dejen en tu lecho una huella impura. Si bien tú te has sublimado con la muerte, yo me he redimido perdiendo mi envoltura de fango en el torbellino incontenible del dolor. Puedes admitir mi ofrenda tan dulcemente como mis flores, que ni estas ni aquellas turbarán tu sueño. Acéptala; te la ofrezco con los ojos límpidos, la frente serena, vuelta hacia el mundo que ha de juzgarme, con el espíritu ligero y vano como el humo de un incensario.