Antonio Cuesta Marín, hijo único de Jorge Cuesta y Guadalupe Marín, cuya desarticulación cultural lo hace intemporal, y por lo tanto vigente, resulta un poeta que actualiza el ímpetu rabelesiano del siglo XVI como escatología para el adocenado siglo XX, pero también se encuentran en su obra resonancias de ese Siglo de Oro donde reina Quevedo y recursos que bordean la picardía mexicana. Gracias a Ignacio Betancourt, poeta, narrador, dramaturgo e investigador, Premio Nacional de Poesía Punto de partida (UNAM, 1974) y Premio Nacional de Cuento (INBA, 1976), el lector tiene la oportunidad de conocer una selección de los Sonetos profanos de aquel poeta invisible y pantagruélico.