―Buenas tardes, jóvenes ―dije distraídamente al ingresar al salón de clase. Era el primer día del curso de matemáticas I en la prepa Sor Juana Inés de la Cruz, colegio exclusivo para señoritas. Coloqué mi portafolio sobre el escritorio, yo, el profesor ante el grupo de chiquillas preparatorianas de buena familia, que pagaban colegiaturas más que de alto nivel. Era el momento, como siempre cada semestre de leerles la cartilla, de establecer las reglas del juego y de advertirles que con las matemáticas no se juega. Que la ciencia es la ciencia y que la reina de todas es ésta.