Travesía de la errancia, es decir, la movilidad errante de la palabra y el cuerpo que, como planetas, giran en torno a sí mismos y, a su vez, se desplazan hacia confines infinitos e innombrables. La travesía significa la mediación entre los mestizajes, así como la posibilidad de llevar mensajes entre las orillas y tejer puentes allí donde la comunicación se dificulta o es imposible. La errancia, por su parte, no tiene objetivo alguno y se nutre de lo aleatorio del viaje a merced de los encuentros, porque sus vehículos principales son el cuerpo, el deseo y el erotismo, que aparecen en la poesía de Chaumet como esencia básica del errante sin rumbo. Poemas claros, transparentes, escritos desde la vena y la sangre, los de Stéphane Chaumet (Francia, 1971) buscan con las palabras más simples las verdades más complejas que vibran en una gota de agua o en los desplazamientos del cuerpo deseado en una habitación mínima: son poesía porque son vida y muerte, trasiego, cuerpo y nada, deseo y olvido. Eduardo García Aguilar